Madres y padres empáticos

 
Ponte en el lugar del niño, entra en su mente infantil e intenta pensar cómo se siente.
Cómo te sentirías tú si estuvieras en su lugar.»
Álvaro Bilbao

¿Qué es la empatía?

Podemos definir la empatía de modo sencillo como la capacidad para comprender lo que siente y piensa el otro. Lo que comúnmente nombramos como “ponernos en el lugar del otro” es un ejercicio complejo y que necesita entrenamiento. A diferencia de la simpatía, en la que coincidimos en la perspectiva o vivencia de algo, en la empatía no necesariamente coincidimos, pero sí podemos comprender al otro (Bilbao, 2018). Esta cualidad tiene un componente afectivo y otro cognitivo. El primero es la capacidad para captar de forma intuitiva cómo se siente el otro y sentir preocupación por él, mientras que el componente cognitivo es aquel mediante el cual se intenta acceder a la perspectiva ajena, a través de un ejercicio consciente (Hughes, 2017; Mestre, 2014). En este proceso, es necesario que podamos identificar la perspectiva propia, así como también las emociones y experiencias personales, para luego acceder a las del otro como un ser diferente.

Ser empáticos con los niños es esencial para ayudarlos a tener un desarrollo emocional saludable

Entendemos que la empatía de los adultos hacia los niños es uno de los elementos más importantes para acompañarlos y para poder trabajar con ellos, ya sea en el ámbito familiar como en el escolar. Necesitamos ser empáticos en el contacto, para cuidar su desarrollo emocional y acompañar sus etapas de crecimiento de forma saludable y para, además, cuidar nuestro vínculo con ellos en este camino.

¿Por qué tan importante?

Por un lado, es fundamental para el desarrollo de la regulación emocional, que es la capacidad de manejar las emociones de forma adecuada (Bisquerra, 2019). Sabemos que para alcanzarla es necesario que exista, en primer lugar, un referente externo significativo, es decir, madre, padre u otro referente cercano, con quien conectemos afectivamente. Esta persona regula las vivencias por nosotros y nos las manifiesta, para que podamos luego internalizarlas como vivencias propias (Hughes, 2017). En otras palabras, para conocer nuestras emociones y poder regularlas de forma adecuada, necesitamos que desde pequeños alguien nos comprenda, sea empático con nosotros, interprete nuestras necesidades y luego exprese con palabras y con gestos, como un espejo, lo que podemos estar sintiendo.

“Estás llorando porque tenés hambre”, “estás molesto porque tenés sueño”, “que mamá se vaya te hace sentir triste”, estas son verbalizaciones muy frecuentes y naturales durante los primeros años de vida, y es algo que no debiéramos perder cuando los niños crecen. Muchas veces, aunque saben hablar y expresar una gran cantidad de ideas simples y otras más complejas, no pueden decir con palabras lo que sienten. En este caso debemos prestarles, como adultos, nuestra interpretación y vocabulario, para que luego aprendan a nombrarlas por sí mismos, como camino de la autorregulación emocional.

Por otro lado, Álvaro Bilbao (2018) explica en su libro “El cerebro de los niños explicado para padres” que, para que los niños transiten de forma coherente una vivencia (enojo, alegría, desilusión,…) es necesario tener, de parte del adulto, una repuesta empática que responda a las necesidades y emociones del niño de forma congruente. De alguna manera, al nombrarla, cobra un sentido de realidad para el niño que permite transitar la emoción de forma más serena. El autor agrega que, a nivel cerebral, la razón por la que la empatía es una herramienta tan poderosa es que, cuando respondemos a las personas de forma empática, se producen conexiones neuronales entre la zona emocional y la racional, lo que genera un alivio muy grande en la persona.

A su vez, si desde pequeños promovemos el desarrollo emocional positivo de los niños, estamos cuidando una de sus herramientas más importantes para crecer de modo saludable, que les permitirá desarrollarse en los ámbitos que ellos deseen. Sabemos que la empatía, desde su comprensión afectiva y cognitiva, es un predictor muy potente de las conductas de ayuda a los demás y es un elemento central en el desarrollo moral y de comportamientos de prosocialidad, acciones que se realizan voluntariamente y que buscan un beneficio en quien la recibe, además de presentarse como un factor inhibidor de la agresividad (Mestre, 2014).

Para lograr esto con los niños y los adolescentes, es necesario conocer la etapa vital que están transitando, los desafíos que éstas implican y detenernos en las necesidades que ellos manifiestan, cada uno desde su particularidad. Además, es muy importante que los adultos que acompañamos, para poder hacerlo de forma efectiva y saludable, conozcamos nuestras propias emociones, podamos poner nombre y diferenciar el tipo y el grado de emoción que sentimos en diferentes situaciones (Bilbao, 2018).

Para tener en cuenta en casa…

♦ Ser empáticos nos permite acercarnos, ayudarlos a transitar momentos de dificultad y cuidar el vínculo con ellos.  
♦ Es importante conocer las características de los chicos particularmente y la etapa vital en la que están, con sus necesidades y potencialidades. Más allá de la información que se puede obtener en diferentes medios, se puede contar con los referentes educativos en el colegio para despejar dudas sobre el desarrollo y lo esperable para cada etapa.
♦ Es necesario conocer las emociones propias y ponerlas en palabras frente a los chicos. Siempre debemos cuidar cómo se los trasmitimos, teniendo en cuenta la edad y las características de la situación.
♦ Considerar que los chicos están experimentando muchas vivencias por primera vez, por lo que debemos comprender el desafío y desconcierto que significa para ellos este tránsito.
♦ Cuando los chicos expresan una dificultad, es esencial no desvalorizar sus manifestaciones. Al contrario, es muy positivo que lo expresen y que sientan la confianza en los referentes para acudir a ellos y pedir ayuda. Es clave brindarles el espacio de escucha, sin juicios.
♦ Es importante preguntarles qué sienten e investigar de dónde podría venir su emoción para intentar ponernos en su lugar.
♦ Ser empáticos no significa no poner límites, al el contrario, si realmente logramos comprender lo que está viviendo el chico, los límites que pongamos serán adecuados y mucho más efectivos.

Lic. Inés Abreu

→ BIBLIOGRAFÍA consultada:

• Bilbao, A. (2018). El cerebro del niño explicado a los padres. Barcelona, España: Plataforma Editorial.
• Bisquerra, R. (2019). Regulación emocional. Recuperado de http://www.rafaelbisquerra.com/es/competencias-emocionales/regulacion-emocional.html
• Hughes, V. (2017). Dinámica Bullying y la Empatía en Adolescentes: una mirada integral para la convivencia escolar (Tesis de maestría). Universidad Católica del Uruguay. Montevideo, Uruguay.
• Mestre, V. (2014). Desarrollo prosocial: crianza y escuela. Revista Mexicana de Investigación en Psicología, vol. 6 (No. 2), 115-134. Recuperado de https://www.medigraphic.com/cgi-bin/new/resumen.cgi?IDARTICULO=70548
• Para profundizar:
https://alvarobilbao.com/

 

 

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