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En la medida que ustedes tienen capacidad para guardar en el corazón esos rostros, esos nombres,
también el rostro y el nombre de ustedes quedarán grabados en el corazón de Dios,
quedarán escritos en el cielo.
PACHACUTÍ 2019

pacha 2019 11El Evangelio de este domingo ha sido escrito para nosotros. Quizá hubiese resonado de un modo distinto si lo hubiésemos leído el domingo pasado, al partir, en la Misa de envío que tuvimos en el Colegio. Este Evangelio es el envío de Jesús a sus discípulos y es, en definitiva, el envío que Jesús hace a todo quienes nos decimos cristianos a lo largo de los siglos: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío...”

Ustedes han estado “en los sembrados” durante toda esta semana. Han respondido con generosidad y entrega a la invitación de Jesús y lo han hecho con alegría.

¡Esta vez los trabajadores no eran tan pocos! Más de 500 jóvenes, más sus coordinadores, unos 560 jóvenes repartidos en 30 lugares distintos de nuestro país para compartir con otros su vida, dar una mano, dedicar su trabajo y su esfuerzo para que otros puedan vivir mejor, tener una vivienda digna para su familia, una escuela más arreglada y más linda donde aprender, una capilla que de verdad invite a rezar y juntos, como comunidad, dar culto a Dios; o un CAIF más alegre para atender a los más chiquitos...cada uno de ustedes sabrá. Han sido muchos y muy variados los trabajos que les han tocado.

Las condiciones en las que Jesús enviaba a sus discípulos no eran nada fáciles: “No lleven dinero, ni provisiones, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino”. Así que ustedes ¡no se pueden quejar! Al menos lo mínimo y necesario estaba garantizado. Es verdad, ha sido una semana “austera”, por momentos dura o difícil, sobre todo por el frío. Una semana en la que, en una pequeña dosis, hemos experimentado en carne propia lo que, lamentablemente, es la realidad de mucha gente en nuestro país durante los meses del invierno. En los distintos lugares por donde me tocó estar y celebrar la Misa, en todos los invitaba a rezar por esa gente que vive en la calle, o en viviendas muy precarias, con lo mínimo, que no les permite a veces ni protegerse como debieran de las bajas temperaturas.

Les ha tocado, también, experimentar el cansancio del trabajo, el dolor de las manos curtidas por el frío y la cal, o la incomodidad de dormir en el piso, con suerte sobre alguna colchoneta, pero lejos de la comodidad de una cama limpia, después de una ducha caliente en su casa.

¡Y sé que lo han hecho con alegría! Con la alegría de saber que estaban haciendo lo que Dios les estaba invitando a vivir en esta semana. Fueron “convocados” por el Señor y ustedes tuvieron la valentía y en entusiasmo necesarios para responder a esta invitación. Fueron capaces de decir “sí” a esta llamada de Dios a entregar algo de lo que ustedes son a otros.

El Pachacutí es sólo una semana. Una semana que, seguramente, para la gran mayoría se les habrá pasado volando ¿Qué nos queda, entonces, de todo lo vivido? ¿Es sólo esto? Estoy convencido de que no, de que no es una semana y nada más. El Pachacutí es aprender, de un modo concreto, práctico, no teórico, que la vida tiene sentido cuando la vivimos en respuesta a lo que Dios quiere de cada uno de nosotros.

Es aprender, de forma práctica, concreta, aquello de que “hay más alegría en dar que en recibir”. ¡No es utopía, es verdad!

Es descubrir que la “austeridad”, tan desvalorizada en esta sociedad consumista en la que vivimos, es algo muy importante y lo que nos permite darle a las cosas su justo valor. Vivir austeramente nos hace libres, nos permite romper con la lógica de que vale el que tiene y tiene más; con todo lo que nos dice que somos “felices” si tenemos o consumimos tal o cual producto que nos van a vender de todas las formas posibles.

Qué bueno sería que la experiencia del Pachacutí los ayude a darse cuenta de cuántas cosas que hoy les parecen imprescindibles, podrían no estar y no pasaría absolutamente nada. Y qué bueno sería que, además, se dieran cuenta que muchas veces, para que yo tenga eso que me hacen creer que es “imprescindible” es necesario sacrificar una cantidad de cosas que hacen al cuidado de nuestro planeta y que repercute en la suerte de los menos favorecidos de nuestro mundo.

Algunos pensarán: “Qué exagerado!” pero créanme que es así. El Papa Francisco nos invita de modo permanente a poner nuestra mirada en este tema y a buscar acciones que logren revertir el daño que estamos haciendo a nuestra tierra.

El Evangelio que leímos nos invitaba, también, a decirle a la gente: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”. Estamos llamados, hemos sido convocados para anunciar la presencia del Reino de Dios en medio de nosotros, en medio de nuestra realidad, en este mundo.

El Pachacutí no es una “misión” como la que organiza la Red Juvenil Ignaciana para universitarios durante el mes de febrero y en la que, de lo que se trata, es de ir puerta por puerta a anunciar a Jesús. Aquí no hay una tarea evangelizadora explícita, sino que de lo que se trata es de vivenciar el Evangelio y testimoniar la alegría que encierra.

A lo largo de estos días de entrega y de servicio, ustedes han sido un “signo” de esa presencia de Dios en la vida de la gente. Con su dedicación, con su entrega, han dado testimonio de que responder a la invitación del Señor llena de sentido y de alegría nuestra vida; una alegría que contagia.

Me consta que en las distintas comunidades donde han estado la gente, además de quedar agradecida, han quedado alegres por su presencia. Ustedes les han llevado esperanza, les han contagiado entusiasmo y les han hecho creer que vale la pena confiar! Me han llegado fotos de muchos de los lugares donde han estado y algunas enviadas por los sacerdotes que atienden esas comunidades y, en todos los casos, es para decir “muchas gracias”.

Creo que es un plus a todo esto el que hayan podido compartir esta experiencia con compañeros de otros colegios jesuitas de Argentina, Chile, Estados Unidos y Paraguay. Descubrir que más allá de las fronteras nacionales que nos separan, para nosotros hay algo mucho más importante que nos une y que nos hace sentirnos hermanos unos de otros.

San Pablo dice que “entre ustedes no hay judío ni griego, hombres libres ni esclavos, varones ni mujeres, porque todos son uno en Cristo Jesús”; todos somos iguales ante la mirada de Dios. Para nosotros no puede haber nada que nos lleve a enemistarnos: ¡ni rivalidades históricas entre países, ni ideologías políticas diversas, ni el fútbol! Todo debería buscar unirnos para hacer de nuestro mundo; en nuestro caso, de nuestra región, ¡un lugar mejor para vivir!

Y además de compartir la misma fe, la que nos anima y nos motiva a compartir juntos experiencias como esta, tenemos una misma espiritualidad. Todos los que hemos participado de esta experiencia somos ignacianos; todo queremos seguir a Jesús al modo de San Ignacio de Loyola.

¿Qué implica esto? Mucho más de lo que imaginamos. Seguir a Jesús al modo de Ignacio es seguir al Cristo “pobre y humilde” que San Ignacio nos presenta en los Ejercicios Espirituales. Es querer ser instrumento de su amor y de su gracia, dejando que sean ellas las que actúen a través de nosotros, hechos instrumentos en las manos del Señor.

Seguir a Jesús al modo de San Ignacio es hacer las cosas de tal modo que quienes vean lo que hacemos glorifiquen a Dios y den gracias a Él y no a nosotros. Lo que hacemos lo hacemos “a la mayor gloria de Dios” y por el bien de nuestros hermanos.

Porque somos ignacianos, estamos llamados a buscar a Dios en todas las cosas, a descubrir su paso por nuestras vidas y a estar atentos a lo que nos pida. Siempre será algo con lo que podamos cargar; ¡el Señor no nos pide más de lo que dan nuestras fuerzas! Es un Dios bueno.

Y porque seguimos a Ignacio, nuestra misión no es en solitario. San Ignacio lo primero que hace es invitar a otros a compartir con él su sueño, lo que Dios había puesto en su corazón. Y así, el primer grupo de compañeros es un grupo “internacional”: hay españoles de distintas regiones, franceses, portugueses,... un rejunte de gente de procedencia muy diversa, pero unidos por el deseo de servir al Señor y de hacerlo de forma bien concreta, ayudando a los demás.

Qué bueno que ustedes se puedan sentir identificados con esto, con este primer grupo de compañeros de Ignacio, también diverso, también procedente de todas partes, que busca servir al Señor en pobreza, sirviendo a los más necesitados y yendo allí donde hubiese mayor necesidad, por indicación del Papa.

Cualquier similitud con la realidad NO es mera coincidencia: enviados, procedentes de diversos países, queriendo vivir esta experiencia en pobreza (con gran austeridad), yendo a donde hubiese mayor necesidad.

¡Qué bueno sentirnos así, reviviendo nuestro carisma! ¡Dándole vida, mostrando su vigencia, su actualidad!

Para los que es su último Pachacutí, ojalá que esto último que compartía con ustedes les ayude a ver que la espiritualidad de San Ignacio ¡es para toda la vida! No es algo para vivir mientras somos Castores y nada más. Es algo que los va a acompañar y los va a ayudar a acertar en sus decisiones siempre.

La sola presencia de los sesenta coordinadores que estuvieron compartiendo con ustedes este Pachacutí, la gran mayoría de ellos universitarios, estudiantes o ya recibidos, que han dejado estudio y a veces también trabajo para estar con ustedes esta semana les habla de que no es algo sólo para cuando somos Castores; es algo que se integra a nuestra vida y nos define como cristianos.

Por último, hubo algo que no leímos del Evangelio de hoy, que es donde Jesús dice a sus discípulos: “No se alegren de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo”.

¡Aquí no se trataba de someter a nadie, está claro! Pero qué lindo descubrir esto de que nuestros nombres están escritos en el cielo. Están escritos en la mano de Dios, en su corazón, porque han quedado escritos en el corazón de la gente con la que ustedes compartieron esta experiencia. Por mucho tiempo los recordarán y los recordarán con afecto y agradecimiento. Ojalá que ustedes atesoren, también, el nombre de alguna de esas personas con las que trabajaron y compartieron tanto a lo largo de estos días.

Atesoren, también, el nombre y el rostro de sus compañeros. Con algunos se conocen desde hace años, son amigos,... con otros, era la primera vez que se hablaban. A lo mejor a alguno lo conocían de vista, sabían que iba al Colegio, y nada más.

En la medida que ustedes tienen capacidad para guardar en el corazón esos rostros, esos nombres, también el rostro y el nombre de ustedes quedarán grabados en el corazón de Dios, quedarán escritos en el cielo.

 

 

Acerca del Colegio

El Colegio Seminario forma parte de la red de instituciones educativas católicas de la Compañía de Jesús (Jesuitas), presente en 127 países. Inspirado en la Iglesia y los valores del Evangelio, el Seminario procura una educación según la visión que la espiritualidad ignaciana ofrece de Dios, la persona y el mundo.

 

 

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